El Público Barcelonés en los conciertos de música clásica : En contraste con el público regiomontano



Hace unos meses escribía en este antro sobre el comportamiento sui géneris del público mexicano en los conciertos de música clásica u ópera. Como buen pueblo adverso al civismo y reglamentación nos comportamos como se nos antoja (ad ovum). Desafortunadamente no estoy al tanto de lo que sucede en la Ciudad de México y Guadalajara en esta singular fenomenología, pero en Monterrey el regiomontano no puede estar sin su aparatejo de la comunicación deshumanizada (llamado celular o móvil según la localidad). Una y otra vez los conciertos son interrumpidos. Por supuesto que se corre el peligro de habituarse por lo que – parafraseando a Unamuno –hay que resistir y luchar contra los hados a toda costa. Si bien las reacciones de algunos de los artistas pueden ser benévolas como cuando tuvimos al célebre flautista Emmanuel Pahud (su concierto fue interrumpido por el “himno a la alegría” proveniente de alguna mini-chatarra del auditorio, con una sonrisa de resignación retomó el himno a la alegría en la flauta y diciendo “no eso no está en el programa” comenzó una vez más lo que si estaba previsto)¡cuanto quisiera estar presente en algún concierto con algún músico del temperamento de un Walter Gieseking! (en la Ciudad de México un fotógrafo inoportuno vio como el maestro, antes de proseguir el programa, hacía pedacitos su cámara fotográfica en el escenario después de habérsela arrebatado).

Durante mi estancia barcelonesa he creído - en mi cándida ingenuidad- que me habría de topar con otra clase de público (o tempora o mores). Cuán equivocado estaba, por supuesto, después de todo ellos fueron nuestros colonizadores. Algo teníamos que aprender. Ciertamente el ambiente de coliseo en las salas de concierto mexicanas no es exclusivo de nuestro colorido país. La capital catalana no se queda atrás. He podido comprobar en carne propia conciertos en donde la sección de alientos y toces de las butacas hacen una competencia poderosa a la de la orquesta. Un verdadero mano a mano donde a veces los primeros salen vencedores. Los celulares fantasmas (esos que no tienen dueño y continúan sonando hasta la saciedad) son la constante, no importa que se esté en L’ Auditori, en el Palau o incluso en el Liceu. A eso hay que añadir al sujeto extasiado que grita engoládamente (no hacia los artistas) sino hacia el propio público sus bravos cacofónicos que torturan los oídos más refinados.

En efecto, el público barcelonés es camorrero emulando el más puro estilo mexicano. El otro día la sinfonía # 5 de Schubert (la más delicada de su autor) fue avasallada por las trompetillas provenientes de las faringes de medio centenar de gargantas de ruiseñor que se habían presentado en L’ auditori. Ahí estaba Hogwood, pobre, tratando de escuchar a sus músicos mientras el monstruo de 100 cabezas blasfemaba con sus flemas. No es raro escuchar el cuchicheo de los presentes (ya sea en catalán o castellano)

A pesar de lo anterior y tratando de cerrar de forma optimista este escrito quejumbroso, debo de reconocer que el público barcelonés SÍ conoce a sus clásicos. Toserán y sonaran celulares pero jamás se escuchará un aplauso entre los movimientos de una sinfonía, ni siquiera en obras poco conocidas. Aquí si se leen los programas (En México pensamos que son souvenirs). En México, la vocación educativa que cada organismo musical debiera tener brilla por su ausencia. En innumerables conciertos de la OSUANL de Monterrey tenemos que soportar aplausos entre los movimientos de obras que incluyen el concierto para violín de Tchaikovsky, pero ni siquiera este organismo que pertenece a la universidad ha apostado por educar, salvo algunas largas charlas previas a los conciertos. En Monterrey el público consciente de los conciertos será minoría hasta que nos preocupemos por educar a los nuevos llegados a este gran arte. Pero Barcelona no se puede dormir en sus laureles pues la indiferencia ante la falta de consciencia social es suficiente para perpetrar o degradar aún más lo que se vive constantemente en las salas de concierto.
Así las cosas me despido resignado, esperando que en algún momento de nuestra era, el barcelonés apague su móvil y su faringe y el regiomontano curious que va a los conciertos se civilice, por piedad.

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