La Cultura del Ruido



Desde hace un tiempo uno de los temas que he tenido en mi cabeza para desarrollar en un escrito es un fenómeno socio-cultural de hoy que he decidido llamar “La cultura del ruido”.
“La cultura del ruido” podría definirla como una subcultura dentro de nuestras culturas (Nótese el plural puesto que actualmente ha quedado completamente desfasada la noción de que vivimos en una única cultura homogénea; para más información leer a Nick Couldry “Inside Culture”). Esta subcultura, al igual que otros fenómenos globales, ha tenido su origen en la década de los 70’s y se ha solidificado con el tiempo. Desconozco en este momento si alguien ha estudiado a mayor profundidad lo que voy a exponer brevemente (No me extrañaría que mi término haya sido utilizado de forma más seria). Mi intención inicial es provocar la reflexión y el diálogo. Ojalá que esto sea el principio de una buena discusión a varios niveles.
 
Comencé a pensar en “La cultura del ruido” cuando mi vida recorrió un poco más de kilometraje. En estos momentos soy un joven en proceso de dejarlo de ser. Es la etapa de la vida en la que vemos con sabiduría e ironía algunos de nuestros acontecimientos de los veintes pero todavía nos resistimos a abrirle la puerta de par en par a los cuarentas. Es el tiempo en el cual nos damos cuenta que las canas serán nuestras amigas paulatinas de aquí a nuestra conclusión y también que nuestras alumnas son lo suficientemente jóvenes como para ser nuestras hijas (claro, si hubiéramos estrenado nuestra paternidad de forma precoz, pequeño consuelo).

Reconozco que nunca fui de discos pero si de bares (Mi baile causa una extraña combinación entre pena y risa). Pero hay algo que es común de ambos tipos de establecimientos; “el ruido”. Pero no un ruido de fondo que ambienta los acontecimientos principales de estos lugares sino un ruido que sobrepasa todo y barre con todo. En aquel tiempo me preguntaba ¿Cuál es el objeto de ir allá? No se puede conversar, no se puede flirtear, no se puede “buscar pareja”, a menos que sea una pareja que no centrará su relación en el lenguaje.

De algún modo, lo que sucede en estos lugares está relacionado con el concepto principal; “quedarnos sordos, movernos como poseídos, gritar y superar la sordera con alcohol”. Desafortunadamente poco a poco esta tendencia fue saliendo de estos lugares; “la cultura del ruido” tomó por sorpresa a la sociedad, que quedó impávida.

Quien sea creyente y vaya a templos de denominaciones cristianas se dará cuenta de la crisis que se vive con la música religiosa. No solo estamos a años luz de la complejidad de las Cantatas de Bach y de la riqueza vocal de los grandes maestros barrocos. Ni siquiera la nueva austeridad de la música sacra del siglo XIX (salvo excepciones) ha dejado rastros. Ahora tenemos guitarras desafinadas, voces blancas y mal educadas, baterías, sonido reverberante. La mayor pecadora en este aspecto ha sido la Iglesia Católica. Una tradición que otrora incluyó obras de Palestrina, Haydn, Mozart, Beethoven, Rossini, Bruckner, Gounod, Dvorak y Faure hoy está por los suelos. La excusa proveniente del “Concilio Vaticano Segundo” es que hay que llevar a los jóvenes la palabra de Dios. Si pero, hay niveles.  En mi ingenuidad de hace unos años pensaba que a Dios había que ofrecerle lo mejor.  El ruido que se vive en los templos es tal que no se puede cantar.  Alabada sea la “Cultura del ruido”.
No es de extrañar que la “Cultura del ruido” hiciera también su aparición en las escuelas.  Algún día hablaré de la “Cultura de los festivales” esa tendencia de hacer la vida una fiesta o un festival; todo tiene que ser divertido.  Lo que nos compete aquí es que dichos festivales se han ido olvidando lo que significa niñez. Ahora a los niños hay que darles indiscriminadamente la música que le gusta a un gran sector de los adultos; samba brasileira, Shakira, todos los villancicos pasados por rock, Britney, Cristina Aguilera, Lady Gaga, y demás horrores.  Si hay que considerar que la democratización de la cultura implicó también que el rock y el pop debían de hacer su aparición en la instrucción esto no conllevaba (al menos implícitamente) la desaparición de la música de concierto en cualquiera de sus modalidades. Hoy Raymond Williams estaría revolcándose en su tumba. Olvídense de Cri-Cri. A los niños hay que darle el mismo ruido (y en ocasiones la basura) que escuchamos.

“La cultura del ruido” ha cimbrado la democratización de la cultura puesto que el día de hoy lo que impera es el ruido; las escuelas no se preocuparon ni se han preocupado por darles a los alumnos, al lado del rock, musical o pop de los festivales también a Cri-Cri, Beethoven, Mozart, Haydn o Grieg. Hemos creado nuevas generaciones de consumidores potenciales de las propuestas de plástico y pop que nos recetan en prácticamente todos los cuadrantes de la radio. La reflexión, la belleza, la sensibilidad están siendo sepultadas. Las escuelas no están haciendo ya su labor de enseñanza.  En dichos festivales impera el ruido, los niños tratando de hacer una coreografía  con música violenta mientras el punchis-punchis nos deja sordos a los padres.  ¿Dónde quedaron los grupos que cantan y tocan música para niños? El mercado los ha despreciado y como el mercado está centrado básicamente en la premisa de vender entonces no hay lugar para otras manifestaciones.  Las escuelas no se han preocupado por enseñar la disciplina de los instrumentos, de tocar en conjunto. Todo ha sido desplazado por el ruido y el show. Hemos querido hacer adultos de los hijos o, peor aún, asumimos que los niños deben de someterse a los mismos estímulos que uno.
La “Cultura del ruido” nos ha vendido la idea de que para obtener diversión esta tiene que ser siempre intensa; una montaña rusa sin conclusión.  Lo que ocurre en las bodas actualmente es algo impresionante; una vez que se termina la cena o comida el ruido absorbe todos los acontecimientos; no importa que una parte de los comensales prefieran conversar a bailar. Nos hemos equivocado. Ruido no significa diversión ni la diversión está sujeta al ruido.

Habrá quienes opinen lo contrario y estén muy contentos de que sus hijos disfruten de la cumbia, el rock, el pop y los géneros musicales usuales. Yo creo, sin embargo, que se perderán una oportunidad por permitir a los hijos a vivir su momento de desarrollo, a descubrir su mundo a partir de la curiosidad e ingenuidad. Se perderá la oportunidad de sensibilizar a los niños a tener mayor apertura a otras manifestaciones, a que no todo en la vida es show y ruido.
Y qué decir de los medios; la música reviste toda clase de programas, desde noticieros, hasta programas hablados, deportivos, financieros. Prácticamente todo centra su atención en el ruido. Dejemos de lado los programas que están hechos para imbéciles en donde la gente baila sin ton ni son, donde es víctima del bullying de los presentadores, donde son el blanco de burlas, de discriminación racial y económica enfrente de sus narices. “La cultura del ruido” está hoy más que nunca presente en los medios que tienen el poder de dirigir nuestra vida hacia sus intereses… a menos qué…

Le apaguemos a la basura, busquemos otras opciones de “vivir la vida” y le enseñemos a nuestros hijos que hay momentos para todo; hay momentos para divertirse ruidosamente y hay momentos para pensar y disfrutar otro tipo de experiencias. La belleza de la vida está en su diversidad. Nadie tiene el derecho de mostrarnos una sola faceta de la misma. Si Shakira evolucionó su estilo; de la propuesta al plástico desechable y eso le gusta a muchos (por no decir sus atributos físicos) excelente, pero momento. Estamos y abogamos por la vida democrática y esta tiene su origen en la diversidad, la tolerancia, la educación. 
En una democracia, a los que nos gusta la música de arte o concierto tenemos derecho que también esté presente en los medios, la escuela o la iglesia. Tenemos derecho a la belleza, a la emoción que provoca una orquesta o una puesta operística. Tenemos derecho a que nuestros hijos escuchen otras cosas, a que en las escuelas les enseñen otras caras de la moneda. Tenemos derecho a volver a conversar en los espacios.  Tenemos derecho a que nuestra experiencia espiritual este desprovista de la mediocridad. Tenemos el derecho de bajarle al ruido… Y cuando sea el momento de hacerlo, que cada quien decida qué tipo de vida y música es la que se quiere llevar.


Comentarios

Cap. Nemo ha dicho que…
Mi buen amigo,
desde hace tiempo comulgo con la idea de que mi familia tiene todo el derecho a no tener acceso a la basura (léase, los medios de comunicación).

Uno, como padre, es el escenógrafo de los hijos. Se plantean opciones, alternativas que el hijo escoge.

El contacto social no se puede evitar, entre la escuela, amistades y familia menos cercana, el hijo va recibiendo influencia de más cosas, siendo algo que no se puede evitar, pero es importante que tenga armas para seleccionar entre lo fructífero y lo banal, entre lo profundo y lo desechable.

Retomando el punto del ruido, yo creo que siempre ha existido y en cantidades abundantes. Sin embargo, no perdura al no fincar raíces, pero se sigue generando nuevo.

Estoy convencido de que no se tiene que componer o interpretar música de mala manera para ser exitoso comercialmente, pero tanto las compañías discográficas como los medios de comunicación están empecinadas en que así debe ser.

Un ejemplo muy interesante ocurrió a finales del año pasado con la última obra de Disney llamada Frozen. El tema principal de la película, Let it go, fue sacada al mercado al mismo tiempo en dos versiones completamente diferentes: por un lado, se tiene la versión de orquesta, con Idina Menzel en la voz, que la empresa no previó que fuera a gustar, razón por la cual realizó una versión pop con una artísta "validada", Demi Lovato. La respuesta de la gente fue contraria a lo que Disney esperaba, Lovato (con toda la maquinaria de publicidad) llegó al lugar 38 en las listas de popularidad, mientras que su "competencia" con Menzel llegó al lugar 5, algo no visto en Disney en 20 años.

Saludos.
Ricardo Marcos González ha dicho que…
Gracias por publicar tu opinión a lo que escribí, estimado Capitán.

Hay un punto fundamental en lo que estas comentando: el hecho que los medios y empresas de telecomunicaciones / entretenimiento no están dando cabida o otro tipo de manifestaciones pues eso no vende. Se trata una premisa relativamente simple: dale lo mismo al ser humano, bombardéalo con lo mismo; Coca-Cola, novelas, música de plástico. ¿Qué es lo que va a consumir? Ahora los que nos dedicamos a la cultura o somos amantes de la misma tenemos que pelear por un espacio. Pero es cierto, todo se resuelve a lo que los padres hacen con sus hijos. Pero cuando los padres son limitados, no discriminan o no les importa reflexionar acerca del entorno, entonces formarán hijos similares.
Ricardo Marcos González ha dicho que…
Gracias por publicar tu opinión a lo que escribí, estimado Capitán.

Hay un punto fundamental en lo que estas comentando: el hecho que los medios y empresas de telecomunicaciones / entretenimiento no están dando cabida o otro tipo de manifestaciones pues eso no vende. Se trata una premisa relativamente simple: dale lo mismo al ser humano, bombardéalo con lo mismo; Coca-Cola, novelas, música de plástico. ¿Qué es lo que va a consumir? Ahora los que nos dedicamos a la cultura o somos amantes de la misma tenemos que pelear por un espacio. Pero es cierto, todo se resuelve a lo que los padres hacen con sus hijos. Pero cuando los padres son limitados, no discriminan o no les importa reflexionar acerca del entorno, entonces formarán hijos similares.
Johnathan Vellen ha dicho que…
Saludos, vengo apenas descubriendo este artículo.

Excelente caracterización del problema en nuestra cultura. Estoy completamente de acuerdo y considero que lo más contundente es que esa apreciación por la belleza clásica y perenne se está aniquilando.

Percibo que su crítica va dirigida también al sistema educativo y a los medios. Sin embargo, uno como simple laico, regiomontano, universitario, ¿qué podría hacer para restaurar la cultura del arte?

Saludos

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