El Amor de las Luciérnagas de Alejandro Ricaño ; Un viaje hacia el propio encuentro

                                          Clau Garza y Lissette Treviño (en primer plano)


Raras veces tenemos la oportunidad de presenciar un reparto que parece indisolublemente ligado a su obra. Esa es la magia que ha conjurado Luis Martín, a través de su dirección en “El Amor de las luciérnagas”, obra de Alejandro Ricaño.
La obra ha tenido una serie de representaciones afortunadas desde el 2013 en que se presentó en la Sala Experimental del Teatro de la Ciudad (dónde tuve el privilegio de verla), pasando por la Sala Guajardo hasta el Teatro Municipal Fidel Velázquez de Escobedo, actualmente hasta el 9 de marzo.

Ricaño ha venido a refrescar el panorama teatral nacional con obras efervescentes en donde los escenarios corren a una velocidad vertiginosa y en donde los personajes son entrañables por sus predicamentos cotidianos, aderezados con momentos inesperados. Podríamos decir que es una especie de “Nouveau comedie humaine” porque todos nos podemos ver reflejados en la humanidad de estos. No hay nada particularmente heroico o artificial; más bien una completa naturalidad, el texto nos llega directamente y la obra concluye sin haber perdido pulso.

“El amor de las luciérnagas” es esencialmente una historia de amor en donde encontramos a dos protagonistas que son la misma persona. Este elemento mágico se cataliza cuando María realiza un viaje a Noruega; es la eterna búsqueda de la propia identidad. La huida de las propias raíces y el reencuentro sabio, a momentos resignado, con la propia cultura. La búsqueda del amor es otra línea eterna en el teatro y Ricaño nos hace deleitarnos una vez más en esa búsqueda infructuosa. María no encontrará su plenitud hasta que haya dejado atrás los fantasmas del pasado.

Lissette Treviño encarna a María, escritora que tras una decepción amorosa emprende el viaje del reencuentro. Este la lleva a Bergen en dónde una misteriosa máquina de escribir le permite “conjurar” a una doble que poco a poco va asumiendo su vida, eso hasta que finalmente ella asume una vez más el control.  Treviño es un torbellino sobre escena; su capacidad para conmover y hacer reír en iguales dosis es excepcional. Visto en un todo su actuación es un “tour de forcé”. Gran parte de la redondez de su personaje se debe a una mezcla de vulnerabilidad y entereza.

El ensamble de actores es tan perfecto que el día que me tocó asistir a la presentación Yudith González no se presentó como la segunda María sino que en su lugar Clau Garza encarno al “doble” de forma casi impecable; ya sea cuando estaba al lado de Treviño o en sus propias escenas logró prácticamente “espejear” los matices de la María original.

Lorena Reynoso se ganó al público con un personaje aparentemente simple pero contundente; como Lola, la mejor amiga de María, conquistó con su humor franco y reiterativo,  complementando  la actuación de Treviño.

El resto del reparto fue igualmente genial con Raúl Oviedo realizando varios papeles desde la señorita del mostrador hasta el artesano del que María finalmente se enamora.  Nina Alexis Maher, como la madre de María, ofreció también momentos frescos al igual que Alejandro Alanís Hernández encarnando al padre de María, Rómulo, su primer amor, y un breve personaje. Supo dotar al primero de una rusticidad encantadora y al segundo de una simpleza machista.

Tras una legendaria trayectoria como director de teatro, Luis Martín sigue siendo un artista que comunica cosas relevantes y complejas en el teatro actual. Los elementos escénicos son tan sutiles que nunca desvían la atención de los actores, pero a la vez son complementos que ayudan a recrear un mundo de nostalgias, misterios, risas y lágrimas; la vida misma.
En el Amor de las Luciérnagas el mundo campestre y urbano de México ha sido reflejado a través de una historia simple pero con profundos valles de reflexión en dónde cualquier mexicano  se sentirá reflejado en algún momento.


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